
Betina era cordobesa y como buena cordobesa, amante del fernet. Dedicaba sus noches a un bar de poca luz, mucho ruido y gente distraída por algún factor ajeno a lo real.
Estaba sola desde hace un tiempo, y ese día se propuso revertirlo; miró a su alrededor y desde el viejo escenario hubo alguien que la atrapó. Tenía una guitarra en la mano y su voz tuvo repercusión en las fibras íntimas de lo íntimo que tenía para esconder.
Junto con la última canción, Betina se levantó y en la primera mesa frente a él se sentó, entre miradas cruzadas y acordes desvariados tuvo la necesidad de sentir algo más que su música.
Cuando terminó el show y un par de fans concurrieron al encuentro con su rockstar, Betina ya era suya, se apiadaba del resto y esperaba a su nuevo amor.
Luego de un par de halagos, él se acercó a la barra pidió un marcador y tomó el brazo izquierdo de Betina, apuntó un nombre y un teléfono.
Ella acotó que era indeleble, el contestó, “sólo quiero estar entre tu piel”.
Estaba sola desde hace un tiempo, y ese día se propuso revertirlo; miró a su alrededor y desde el viejo escenario hubo alguien que la atrapó. Tenía una guitarra en la mano y su voz tuvo repercusión en las fibras íntimas de lo íntimo que tenía para esconder.
Junto con la última canción, Betina se levantó y en la primera mesa frente a él se sentó, entre miradas cruzadas y acordes desvariados tuvo la necesidad de sentir algo más que su música.
Cuando terminó el show y un par de fans concurrieron al encuentro con su rockstar, Betina ya era suya, se apiadaba del resto y esperaba a su nuevo amor.
Luego de un par de halagos, él se acercó a la barra pidió un marcador y tomó el brazo izquierdo de Betina, apuntó un nombre y un teléfono.
Ella acotó que era indeleble, el contestó, “sólo quiero estar entre tu piel”.