viernes, 11 de julio de 2008

Estigma




Clara y Héctor llevaban ya 19 años de existencia compartida en un viejo PH del barrio de Boedo. La cocina naranja que derrochaba desbarajustes culinarios de noches sin sueño, el baño empapelado de un moho color verdoso y la ausencia del desorden característico de una casa habitada por chicos, eran el aspecto visible de una relación apestada de rutina y aturdida de silencio.
Héctor llegaba a las diez y Clara tenía servido sobre la mesa el menú fijo de cada día; los lunes pastel de papas, los viernes delivery de comida china. Alimentarse es un plan sencillo cuando lo que sigue, sacia mucho menos que un plato de comida y algo tan simple como recostarse sobre las mismas sábanas junto a tu compañero de vida, se transforma en el calvario del cual nunca sospecharías.
A diario se despiertan con la piel marcada por un colchón que poco los sostiene; y los resortes, que aún clavándose en su carne, no amortiguan toda esa soledad que los abarca.